¡CÓMO OLVIDAR AQUELLAS BOTELLAS VACÍAS!



¡CÓMO OLVIDAR AQUELLAS BOTELLAS VACÍAS!

Sé que muchos jóvenes prefieren ver un video que leer un artículo. Si eres uno de ellos, te suplico que te tomes la molestia de seguir leyendo hasta el final. Hay una historia que quiero contarte.

La memoria es muy selectiva. Hay personas que conocí o experiencias que tuve hace apenas unos meses, pero que mi memoria no ha logrado (o querido retener). Pero hay momentos muy específicos ocurridos hace décadas que siguen frescos en mi memoria como si hubieran pasado ayer.

Lo sucedido aquella tarde de otoño de 1985 fue uno de esos momentos inolvidables. Las clases en la Escuela Pública Juan Pablo Duarte ya habían iniciado. En mis primeros dos años de escuela, mi papá me había comprado el único libro de texto requerido: Nacho 1 y Nacho 2. Pero al iniciar el tercer grado las cosas habían cambiado.

Yo tenía 9 años entonces. Era el primer año escolar después de la separación de mis padres. Tal vez la separación de mi madre, o quizá la nueva vida de desempleado, habían llevado a Papi a consumir más alcohol del que consumía habitualmente. No lo sé. El caso es que ese año comencé las clases solo con cuadernos y lápiz, pero sin libros. En la casa había cada vez más botellas vacías y menos dinero. Aquella era para mí una experiencia nueva y triste.

Estaba particularmente necesitado del libro de Estudios Sociales 3 de Disesa. Recuerdo su portada verde decorada con una foto a todo color de la Plaza de la Bandera. Quería ese libro. Necesitaba ese libro. Entonces ocurrió. Como pasa con frecuencia, la solución llegó de donde menos esperaba. Las mismas botellas que me impedían tener el codiciado texto se convirtieron de repente en mis aliadas.

Recogí todas esas botellas de ron vacías que se habían acumulado en el patio de la casa. Las llevé a casa de Doña Librada, la señora que compraba botellas y metales en el barrio. Las botellas eran tantas que al venderlas pude conseguir el precio del libro y algo más: ¡3 pesos con 25 cheles! No lo pensé dos veces. Me fui al centro del pueblo de Haina (conocido entonces como Pueblo Nuevo) y pagué el precio por mi anhelado libro de Sociales. ¡Cuánto gozo! ¡Qué alegría! Ésta no sería mi única aventura haciendo cosas inusitadas para comprar libros, pero no quiero abusar de tu tiempo. Solo puedo asegurarte que mi pasión por los libros solo ha crecido con el tiempo.

Esta es una simple historia. Su poder radica en su veracidad y en las lecciones que implica.
Te cuento esto porque hoy es el Día Internacional del Libro. Hoy día un niño de 9 años no tendría que hacer tantos malabares para conseguir un libro de texto. El gobierno los provee, las bibliotecas municipales abundan, sobran los lugares donde se pueden comprar libros usados, etc. Mi experiencia y las de muchas otras personas ya demostraron hace mucho tiempo que cuando se quiere se puede.

No estoy en contra de las redes sociales ni del uso de la tecnología. Pero me temo que, si pasa un mes sin que leas un libro nuevo, o repases un libro ya conocido, tú y yo sabemos que la verdadera razón no es falta de tiempo. Las incontables horas que dedicamos cada día a WhatsApp, Instagram, Facebook, YouTube, o Netflix son una prueba de que siempre encontramos tiempo y recursos para las cosas que realmente nos interesan. Podemos decidir desarrollar (o resucitar) el hábito de la lectura de buenos libros el cual fortalece nuestras mentes y enriquece nuestra alma.

Hace unos años vi una película interesantísima basada en un libro. Pero justo esta mañana terminé de leer el libro en el que está basada aquella película. Cuando comencé a leerlo pensé que no lo disfrutaría mucho por conocer ya el argumento, pero estaba muy equivocado. El filme no le da ni por los tobillos al libro. Esto es así porque la buena lectura da alas a nuestra imaginación, nos permite viajar en el tiempo y en el espacio, fortalece nuestras facultades mentales y (de ñapa) nos ayuda a conocer mejor nuestro idioma.

Gracias a Dios, no todos tenemos que pensar igual. Para los gustos se hicieron los colores. Aunque he comprado muchos libros en formato electrónico (Kindle) y en formato de audio (Audible), sigo prefiriendo la experiencia mágica de poder tocar y oler los libros físicos. Eso es lo que sentí aquella tarde de 1985. Es lo que siento cada vez que leo mi libro favorito, la Santa Biblia, el libro cuyo Autor ha transformado vida y que también puede transformar la tuya.

A propósito del Día Internacional del Libro, proponte leer aquel libro que comenzaste hace mucho, pero que no has terminado. O decide dedicar a la lectura por lo menos la mitad del tiempo que le dedicas a actividades menos productivas. Te garantizo que no te arrepentirás.

Aneury Vargas Ramírez,
Universidad Adventista Dominicana
Jueves 23 de abril de 2020.

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