ODEBRECHT, SOTANAS Y RIFLES
Aunque todo era en español, no entendía nada de lo que
veía en la TV, pero estaba tan curioso que de todos modos lo seguía
mirando. Se trataba del juicio
televisado al expresidente dominicano Salvador Jorge Blanco acusado de
corrupción y abuso de poder. Yo tenía unos 10 años entonces y había muchas
preguntas en mi mente infantil: ¿Cómo es que el presidente de un país podía
robarse el dinero del pueblo? ¿Por qué robaría una persona que ya tenía más de
lo que necesitaba?
Cuando terminó el juicio el ex-gobernante fue condenado a
20 años de prisión, pero quedé todavía más confundido cuando me enteré de que solo
pasó unos meses “preso” en su casa. Luego de eso quedó totalmente libre. Cuando el partido al que pertenecía regresó al
poder años más tarde, el expresidente fue declarado inocente de todos los
cargos bajo la alegación de que todo había sido una persecución política. La reciente
investigación judicial contra varios políticos y empresarios en diferentes países
de Latinoamérica por el caso de Odebrecht (y otros escándalos) me ha hecho
recordar el caso del expresidente Jorge Blanco.
Pero cualquier persona que esté al tanto del acontecer
latinoamericano sabe que no solo los políticos y empresarios están involucrados
en casos de corrupción. También se ha comprobado la participación sistemática
de policías y militares de todos los rangos en el narcotráfico, el tráfico de
armas, y contratos irregulares de compra y venta de materiales bélicos. Como si
todo esto fuera poco, investigaciones periodísticas y múltiples testigos
también confirman la regularidad alarmante de casos en las que los sacerdotes católicos
abusan sexualmente de niños y los pastores protestantes cometen indiscreciones
sexuales y malversación de fondos.
Los políticos están supuestos a dirigirnos, pero nos
roban. Los militares y los policías
están supuestos a protegernos, pero desconfiamos de ellos y hasta les tememos.
Los sacerdotes y pastores están supuestos a acercarnos a Dios con sus palabras
y su ejemplo, pero hacen las mismas cosas (o peores) que las practicadas por
los no religiosos. Una consecuencia de las
acciones de estos líderes es el impacto negativo de ejemplo sobre el resto de la
sociedad y la feligresía.
Muchísima gente está comenzando a dudar que todavía queden
líderes íntegros y se preguntan si los que son aparentemente honestos no
estarán también participando de los mismos actos y que solo es cuestión de
tiempo el que salga a la luz que son como los demás. Otro resultado negativo de
estos hechos es que muchos ciudadanos y feligreeses se sienten justificados a seguir cometiendo sus
fechorías. “Después de todo”—razonan—“hasta los líderes del país y de la iglesia lo están
haciendo”.
Pero ¿por qué ocurren estas cosas? Bueno, la respuesta
más simple es que todos los seres humanos somos pecadores. Claro, todos sabemos
eso, pero ¿por qué es tan frecuente que quienes se suponen que sean nuestro
ejemplo se involucran en escándalos financieros y sexuales? Quiero sugerir una
hipótesis doble. En primer lugar, parece haber una tendencia entre muchos
líderes y administradores de diferentes organizaciones e instituciones a actuar
(consciente o inconscientemente) como si las reglas éticas que se aplican al
pueblo o a la feligresía, no se aplican a ellos.
En segundo lugar, está demostrado que cualquier ambiente de trabajo (sea religioso, político o comercial) donde no haya una cultura de rendición de cuentas y transparencia, abundan los actos de corrupción e inmoralidad. Muchos líderes incluso encuentran ofensivo que se les pida cuenta de sus acciones o uso de los recursos que administran; pero las personas que no tienen a quien rendir cuentas son más vulnerables a caer moralmente.
En segundo lugar, está demostrado que cualquier ambiente de trabajo (sea religioso, político o comercial) donde no haya una cultura de rendición de cuentas y transparencia, abundan los actos de corrupción e inmoralidad. Muchos líderes incluso encuentran ofensivo que se les pida cuenta de sus acciones o uso de los recursos que administran; pero las personas que no tienen a quien rendir cuentas son más vulnerables a caer moralmente.
Permíteme añadir algunas observaciones: (1) Nadie se roba
un millón de pesos de la noche a la mañana; nadie comete un adulterio o un
abuso sexual de repente; nadie acepta un soborno de improviso. Las personas que
llegan a participar de graves actos de inmoralidad o falta de ética, primero
tuvieron que ceder a pequeñas tentaciones y acostumbrarse a mentir, engañar,
robar a pequeña escala cuando eran niños o jóvenes. Antes de abusar sexualmente
de alguien, o de fornicar físicamente, primero es necesario concebir y
acariciar el pecado en la mente. Quienes se acostumbran a jugar con el pecado
en “pequeñas dosis”, terminan acostumbrándose a él y hasta a justificarlo.
(2) Algo que no ayuda es que, aún en el ambiente
religioso, hoy día se valora más el carisma, el talento y la inteligencia que
el carácter. Hay muchos niños y jóvenes a quienes le pasamos por alto sus malas
tendencias o a quienes no le pedimos cuenta solo porque son brillantes. Estas
mismas personas harán un daño mucho mayor cuando estén al frente de mayores
responsabilidades porque se desarrollaron creyendo que estaban por encima de
las reglas.
(3) Mi última observación tiene que ver con nuestra
actitud frente a quienes cometen actos de indiscreción moral. Estoy notando la
siguiente corriente: Si los políticos, militares, o líderes religiosos
envueltos en actos inmorales son de nuestro bando, tratamos de minimizar,
justificar, o desmentir lo ocurrido. En otras palabras, tratamos de tapar el
sol con un dedo. Pero cuando la persona descubierta en falta grave pertenece a
otro grupo, entonces celebramos su caída.
Ambas actitudes son tontas. Si soy adventista o testigo
de Jehová, pero el que salió en las noticias por una falta grave fue un pastor
evangélico o un sacerdote católico, la cosa más absurda que puedo hacer es
celebrar o divulgar la noticia de la caída de otro religioso. Ante la opinión
de los no creyentes, todos los religiosos somos iguales y por lo tanto la caída
moral de cualquier clérigo también me perjudica a mí. Cuando un político de cualquier partido traiciona la confianza de quienes votaron por él, su acción refuerza el estereotipo negativo que la población tiene de todos los políticos, no solo la de su partido.
Por otro lado, ya está científicamente demostrado que no
se puede tapar el sol con un dedo. Cuando uno de los nuestros comete una falta
inmoral, debemos reconocerlo y permitir que esa persona se enfrente a las
consecuencias de sus acciones. Cubrir o justificar a un transgresor solo porque
pertenece a nuestro partido político o a nuestra denominación religiosa no es
un acto de misericordia. Le hacemos daño a las personas, a la iglesia y a la
sociedad cuando hacemos eso. El amor y la justicia no están en contradicción.
Finalmente, recuerda que la Biblia dice que quien es fiel
en las cosas pequeñas también lo será en las grandes, y quien no es íntegro en
los detalles menores, tampoco lo será en las cosas más importantes (Lucas
16:10). Tú y yo también somos capaces de cometer los mismos actos graves que
vemos en las noticias si nos descuidamos en las cosas pequeñas. Ese fue el
consejo que el Señor le dio a Caín cuando su inclinación homicida todavía era
pequeña; pero Caín no hizo caso y pasó
de ser un hermano enojado a un hermano homicida (Génesis 4:7-8). Todos
necesitamos aprender estas lecciones. Arrepintámonos y apartémonos de los
pecados “pequeños” antes de que se conviertan en monstruos que no podamos
controlar. Hay perdón y victoria en el Señor Jesucristo.
Aneury Vargas,
AIIAS, 11 de agosto de 2017
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