¿CÓMO SE DICE "NIÑA FEA" EN CREOLE?



Si no fuera por la forma como me miró y me habló ese día, me habría olvidado completamente del asunto hace mucho tiempo. Después de todo ocurrió hace más de 30 años, pero todavía lo recuerdo como si hubiera pasado ayer.  Aquella lección quedó grabada como una marca indeleble en mi vida. Hasta el día de hoy.

Papi era mi modelo en dos sentidos muy diferentes. Era el modelo de lo que yo NO quería ser cuando creciera, pero también había rasgos de su carácter que eran dignos de imitar. Bueno, mi viejo era alcohólico, esclavo de los juegos de azar y pésimo administrador. Además no era la persona más responsable que digamos. Por otro lado, era muy cariñoso, extremadamente servicial y altruista. Como dicen en Haina, “se sacaba la comida de la boca para dársela a otros”. Pero había algo en particular que me maravillaba: la fluidez con que hablaba creole (patois) con los haitianos de nuestro pueblo.  Muchas veces le dije que me enseñara porque yo también quería comunicarme con gente de otro país como él.  Pero lo ocurrido aquel día alteró drásticamente mis posibilidades de aprender creole.

Yo debía tener unos ocho o nueve años cuando aquella familia haitiana llegó a Villa Penca. Tenían una niña más o menos de mi edad que pronto se convirtió en el objeto de burla de los niños de nuestra calle. Esto era habitual con los haitianos que llegaban a Haina. Tal vez era nuestro trato y nuestro tono de voz lo que la hería, pues ella no entendía ni una palabra de español. Fue entonces cuando se me ocurrió preguntarle a Papi: “¿Cómo se dice 'niña fea' en creole?”. El viejo me respondió con otra pregunta: “¿Para qué quieres saber eso?”. Con una mezcla de picardía y vergüenza le dije que todos los niños se burlaban de la niña nueva, pero que ella no comprendía los insultos. Quería decirle algo que ella pudiera entender. Fue entonces cuando ocurrió. Papi me habló y me miró como si hubiera cometido el crimen más grande del mundo. Me dijo que nunca me enseñaría creole y que yo no necesitaba hacer lo que los demás hacían.

Me duele el corazón y me molesta la conciencia al escribir estas palabras. Puedo recordar la mirada de dolor en los ojos de aquella niña. ¡Cómo quisiera devolver el tiempo! ¡Cuánto daría por haber actuado diferente! Pero no podemos cambiar el pasado. Lo único que podemos hacer es aprovechar las lecciones aprendidas para aplicarlas en nuestra vida presente y futura, y enseñarlas a las nuevas generaciones. Aunque no siempre las practiqué mientras crecía, aquellas dos lecciones han marcado el resto de mi historia: (1) No hay que hacer lo que todo el mundo está haciendo, (2) Es incorrecto discriminar o burlarse de las personas solo porque son diferentes.

Llegué a comprender mejor estas verdades años más tarde cuando me convertí en seguidor del Señor Jesús. Al estudiar el ejemplo de su vida y la profundidad de sus enseñanzas uno se encuentra con que Él no discriminaba a las personas diferentes aunque todo el mundo lo estuviera haciendo. Esto queda ilustrado con su trato hacia los odiados vecinos de Israel. Los judíos aborrecían y discriminaban a los samaritanos tal vez porque (400 años antes) éstos les habían hecho la vida imposible a los judíos que retornaron del exilio y que trataban de reconstruir Jerusalén (Nehemías 4:1-14). Los samaritanos (que eran una mezcla de sangre judía con sangre gentil) también eran rechazados porque su religión mezclaba elementos de la religión monoteísta  con elementos idolátricos (2 Reyes 17:24-41). Los judíos no querían contaminarse con esa chusma.

Así que el rechazo y la discriminación hacia los samaritanos estaban basados en motivos históricos, raciales y religiosos. Todo el mundo lo hacía (sutil o abiertamente). Incluyendo los líderes religiosos. Todo el mundo, menos el Señor Jesús. Probablemente la prensa israelita de aquel tiempo solo reportaba historias en las que los samaritanos aparecían como los malos y los judíos como los buenos.  Pero el Señor Jesús rompió los paradigmas establecidos cuando contó la historia del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37) o cuando resaltó que de los diez leprosos sanados solo el que era samaritano regresó para dar gracias (Lucas 17:11-19). Los propios discípulos de Jesús se sorprendieron al ver al Maestro evangelizar a una mujer samaritana (Juan 4:1-42). Como ves, Cristo no tenía miedo de actuar contra la corriente. Al identificar a los samaritanos como criaturas de Dios, el Salvador no tuvo ningún problema con amarlos y aceptarlos de la misma manera que amaba y aceptaba a sus propios hermanos judíos. Incluyendo a quienes lo crucificaron. 


Las últimas palabras pronunciadas por el Salvador justo antes de su ascensión son significativas: Pero, cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos tanto en Jerusalén como en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Hechos 1:8). Los discípulos judíos estaban llamados a alcanzar a los samaritanos con el Evangelio. Pero es muy difícil alcanzar a personas a quienes tememos u odiamos. En el mandato de Jesús había una orden implícita: “Es necesario abandonar los prejuicios raciales, sociales y religiosos.” Es más fácil vencer los prejuicios cuando estamos ocupados en la misión divina de amar y alcanzar a las personas de todas las razas.  Les debemos amor y aceptación incondicionales a todos los hijos de Dios sea que acepten o rechacen el mensaje que predicamos. Después de todo, así es como Dios nos ama a nosotros, indignos pecadores.

Ojalá que sigamos el ejemplo de nuestro Señor Jesús para que podamos formar parte de aquella multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; [que] era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano.  Gritaban a gran voz: ‘¡La salvación viene de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!’” (Apocalipsis 7:9-10). Me encantaría poder encontrar allí a aquella "niña" para abrazarla y pedirle perdón. 

Aneury Vargas,
7 de febrero de 2017
AIIAS, Silang, Cavite



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