TRES CICATRICES: TOPA´O, ANAFE Y ACEITE


Tengo varias cicatrices y casi todas en mi pierna derecha. Una me la hice jugando el topa’o en el barrio, de noche y sin luz y me dieron 13 puntos. En otra ocasión estaba “buscando agua” donde un vecino (en mi casa no había llave/grifo) y un anafe de hierro me cayó en el tobillo, ahí me dieron 9 puntos. La más reciente fue más dramática. Yo era joven, soltero, y estaba con mucha hambre cuando decidí preparar la compaña del rico moro que había cocinado. El sartén se incendió (entiéndase cogió fuego) y cuando fui a quitarlo de la estufa el aceite caliente me cayó en el pie. Esas heridas ya no me duelen. Pero las marcas todavía están ahí.


Permíteme aprovechar la metáfora: las heridas que hemos causado a los demás pueden dejar unas cicatrices tan profundas en sus vidas que pueden seguir presentes aun cuando ellos han decidido perdonarnos de todo corazón.  Lo ilustro con tres ejemplos algo extremos, pero reales: Cuando un cónyuge ha sido infiel a su pareja, cuando alguien ha quitado la vida al ser querido de otra persona, o cuando alguien ha abusado física, sexual o psicológicamente de una persona más vulnerable . Aunque la víctima encuentre el valor para perdonar y logre hacerlo de todo corazón, las cicatrices en la vida de esa persona no desaparecen automáticamente.


No busco justificar a aquellos que deliberadamente deciden guardar rencor en su corazón. Quienes así obran están escogiendo sufrir voluntariamente y sin necesidad. Lo que este mensaje sí persigue es recordar la triste, pero inevitable realidad de que las heridas que infligimos a los demás les dejan marcas que no desaparecen tan fácilmente.


Esta reflexión es una invitación a dejar de pensar en las veces que has sido herido por otros y meditar más bien en todas las veces que tú has causado dolor a los demás. ¿Recuerdas el caso del rey David? Él cometió el triple pecado de engaño, adulterio y asesinato. David reconoció su error. El Salmo 51 contiene su conmovedora oración de confesión y arrepentimiento, sin embargo, las cicatrices marcaron la vida del rey hasta su lecho de muerte. Sus hijos siguieron su mal ejemplo y él no tuvo calidad moral para corregirlo cuando varios de ellos se vieron envueltos en actos de incesto, asesinato y rebelión.


Me parece que a pesar de todo hay algo positivo en las cicatrices:
  • Nos mantienen humildes.
  • Nos quitan las ganas de juzgar y condenar a otros.
  • Nos proveen una buena herramienta para alertar a las generaciones más jóvenes para que no cometan los errores que nosotros hemos cometido.
  • En momentos de tentación, las cicatrices nos recuerdan el terrible dolor que hemos causado a otros o a nosotros mismos a causa de nuestro egoísmo.


No estoy seguro de entender bien la razón, pero después de su resurrección, nuestro Señor Jesucristo decidió conservar las cicatrices en su cuerpo glorificado (Juan 20:27). El cuerpo con el que ascendió al cielo lleva las marcas de los clavos en sus pies y manos, y la cicatriz de la lanza que atravesó su costado. Quizá solo quiere recordarnos por los siglos sin fin el alto precio que pagó para rescatarnos para que nunca olvidemos cuánto nos ama. O tal vez mantendrá sus cicatrices por toda la eternidad para que todas las nuestras sean borradas para siempre. No comprendo bien, solo so sé que estoy agradecido por esas cicatrices divinas.  Esas cicatrices me llevan a buscar la ayuda divina para no seguir causando más cicatrices en las vidas de aquellos con quienes me relaciono.  Esa es mi decisión, ¿cuál es la tuya?


Aneury Vargas,
Silang, Cavite, Filipinas
4 de Abril de 2016

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