LA SEGUNDA MITAD DE LA HISTORIA

LA SEGUNDA MITAD DE LA HISTORIA


Era la segunda vez que llevaba al zapatero los tenis favoritos de Cindy. La primera vez le había hecho una cirugía magistral de modo que quedaron como nuevos.  La niña estaba más que feliz, pero quedó chasqueada cuando un día al jugar en la lluvia con sus calzados favoritos se rompieron otra vez y de muy mala manera.  Fue en ese segundo viaje que el zapatero al ver la condición de los tenis me dijo medio apenado, «Lo siento mucho. Esta vez no puedo hacer nada por ellos. Los puede tirar a la basura».  

Durante las últimas semanas he estado visitando una de las cárceles de la provincia de Cavite, donde vivimos.  Cada sábado en la mañana un pequeño grupo de estudiantes de AIIAS nos dirigimos allí para tratar de suplir las necesidades espirituales y materiales de los reclusos y reclusas con el apoyo de la iglesia universitaria. Por su limpieza y organización, este centro penitenciario es MUY diferente de las cárceles de mi amada Quisqueya.  Pero hay un elemento común: las personas encarceladas.  Por sus sentimientos de culpa y por los estigmas sociales, probablemente mucha de esta gente se siente sin esperanza.  Tal vez la sociedad les ha hecho sentir que son casos perdidos y que su condición no es distinta de la condición de los tenis de Cindy, cuyo único destino era estar con la basura.

Pero no hay que estar tras las rejas para sentirse sin esperanza.   Algunas veces al tratar de vivir la vida cristiana cometemos errores: hacemos, decimos o pensamos cosas que pensábamos que ya habíamos superado. En momentos así nos sentimos decepcionados con nosotros mismos.
Si te sientes sin esperanza o conoces a alguien (dentro o fuera de la iglesia) que, a causa de sus decisiones erróneas, se siente desahuciado espiritualmente recuerda la historia que nuestro Señor contó (Lucas 15) sobre el muchacho que pidió su herencia por adelantado y abandonó su hogar, yéndose a una región lejana donde desperdició toda su herencia hundido en una estilo de vida inmoral. 

Arruinado financiera y espiritualmente, se dedicó al trabajo más humillante al que un judío pudiera dedicarse: cuidar cerdos. Su condición era tal que hasta la comida de los puercos codiciaba.  Su situación no podía ser peor.  Pero un día respondió a la voz del Espíritu Santo que siempre está hablándonos, si estamos dispuestos a escuchar.  Reconoció que estaba cosechando las consecuencias de sus propias decisiones y admitió que no merecía el favor de su padre.  Pero aunque no lo merecía sí lo necesitaba y decidió regresar al padre en busca de perdón. Lucas 15:20 dice,

«Así que emprendió el viaje y se fue a su padre. Todavía estaba lejos cuando su padre lo vio y se compadeció de él; salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo besó.»
Me fascina este versículo.  Da la impresión de que el padre estaba siempre en espera de que su hijo regresara, y por eso vio a su hijo antes de que éste llegara.  El padre abrazó y besó a su hijo en la condición en la que se encontraba: muy sucio, hediondo, desarreglado.  El padre aceptó a su hijo tal como estaba porque lo amaba mucho.

Muchas canciones, sermones y libros cristianos se detienen o se concentran en esta parte de la historia. Nos repiten incesantemente que Dios nos ama, y que nos acepta tal como somos.  Y, siendo honestos, es hermoso recordar esta esperanzadora verdad. Sin el amor incondicional de nuestro Padre Celestial no tenemos esperanza.  Solo que esa no es la historia completa.  Después que el hijo recibió pruebas convincentes de que su padre nunca dejó de amarlo ni de pensar en él, entonces aparecen estas palabras en el relato:
 «Pero el padre ordenó a sus siervos: ¡Pronto! Traigan la mejor ropa para vestirlo. Pónganle también un anillo en el dedo y sandalias en los pies.» (Lucas 15:22)
Como ves, el padre demostró que amaba a su hijo tal como estaba, pero lo amaba demasiado para dejarlo en esa misma condición.  El plan de salvación consiste en que recibamos el amor incondicional y el perdón abundante de Dios, pero también consiste en recibir la gracia transformadora del Espíritu Santo. Repito: Dios nos ama tal como somos, pero nos ama demasiado para dejarnos en esa misma condición. 
Cualquiera que sea tu condición, como miembro activo de la iglesia, como oveja descarriada o como alguien que nunca ha aceptado la invitación del Evangelio, los brazos del Señor Jesucristo están abiertos para ti y te dice «Al que a mí viene, yo no lo rechazo» (Juan 6:37).  Para los zapatos de Cindy no hay esperanza.  Para ti sí.  Hay esperanza para todos los que reconocen su condición y están dispuestos a venir al Padre.  Pero recuerda que ÉL no solo te aceptará y te perdonará (esta es la primera parte de la historia). Como te dije antes, Él te ama demasiado para dejarte en la misma condición en que te encuentras.  Su deseo y capacidad para transformarte constituye la segunda mitad de la historia.  
Dios te bendiga,
Aneury Vargas,
8 de agosto de 2015
Cavite, Filipinas








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