LAS CREDENCIALES DEL DOLOR


Akim Zhigankov tenía 23 años cuando murió hace unas 6 semanas. Era el hijo de uno de mis profesores aquí en el Seminario Teológico de AIIAS. Akim era un joven saludable, altruista y comprometido con Dios. Mientras trabajaba en la construcción de un sanatorio de medicina natural en una de las islas de Filipinas contrajo una enfermedad misteriosa que los médicos no pudieron identificar ni controlar. Durante los varios días que estuvo en cuidados intensivos, miles de personas alrededor del mundo estuvieron orando fervientemente por la recuperación de Akim. Sus padres quedaron destrozados al verlo morir. Todo nuestro campus estuvo sumido en una tristeza profunda. No recuerdo haber asistido a un funeral tan conmovedor.

Poco después de la muerte de Akim los líderes de la Asociación General de los Adventistas del Séptimo Día enviaron una terapeuta desde Estados Unidos para asistir a la familia Zhigankov y a toda la comunidad universitaria de AIIAS. Mi primera reacción al enterarme de esto fue una actitud de curiosidad. ¿Por qué enviar a alguien desde tan lejos? ¿Acaso no había profesionales capacitados en Filipinas? Sin embargo, la doctora Ann Hamel tuvo un encuentro especial con los padres de niños pequeños para orientarnos en cuanto a cómo explicar el concepto de la muerte a los hijos. 

Pero antes de su seminario, la doctora contó su experiencia personal con el dolor. Luego de casi una década de trabajo misionero en Ruanda y Burundi, su familia tuvo un catastrófico accidente. Ella estuvo en estado de coma durante varias semanas. Cuando recuperó la conciencia se encontraba hospitalizada en un país de Europa y su esposo tenía varios días de sepultado. Uno de sus hijos pequeños quedó con graves traumas físicos y psicológicos. Años después decidió formarse como consejera para ayudar a personas en situaciones similares.

Al escuchar su historia comprendí que la Dra. Hamel había sido enviada no tanto por su formación académica ni por sus años de experiencia como terapeuta. Ella había tenido un encuentro terrible y real con el sufrimiento que le otorgaba una autoridad exclusiva para comprender, consolar y ayudar a quienes experimentan dolor profundo. A este tipo de derecho yo le llamo «las credenciales del dolor». Solo cuando hemos pasado por el valle de oscuridad estamos capacitados para ministrar con empatía a los que pasan por la misma experiencia.

Cuando los amigos de Job se enteraron del sufrimiento de su compañero decidieron visitarlo para consolarlo. Pero como no contaban con las credenciales del dolor, sus palabras de «consuelo» resultaron irrelevantes. Lejos de traer ánimo, provocaron más dolor a Job. Algunas veces las personas que sufren adoptan actitudes que a nosotros nos parecen incorrectas y hasta irreverentes. Pero nunca debemos juzgar ni condenar. Nosotros nunca sabremos qué haríamos en circunstancias similares. Si no tenemos las credenciales del dolor, tal vez lo más adecuado que podemos hacer es acompañar en silencio, dar un abrazo sin emitir palabras, y llorar con los que lloran, siempre recordamos que en realidad no tenemos la menor idea de lo que está sintiendo la persona que pasa por la prueba.

En mis estudios sigo aprendiendo sobre las grandes religiones del mundo y no me he encontrado todavía con ninguna religión que presenta a un Dios único, todopoderoso, santo, y soberano que decida altruistamente adoptar la forma de una de sus criaturas. Los teólogos le llaman a esto el milagro de la encarnación.  ¿Por qué se convirtió Dios en un ser humano?
  1. Porque solo como ser humano podía pagar la deuda del pecado de sus hijos.
  2. Porque necesitábamos un ejemplo perfecto de lo que significa vivir dependiendo del Padre Celestial.
  3. Porque quería convencernos de que tenemos en Él un Dios que realmente nos comprende.
En virtud de haber experimentado en carne propia el dolor de ser rechazado y traicionado, de ver a sus seres queridos tomar decisiones erradas, de experimentar dolor físico extremo y de sentirte abandonado por el Padre, nuestro Señor Jesucristo adquirió las credenciales del dolor. Hay tres razones principales por la que sufrimos como seres humanos:
  1. Como resultado de nuestras propias decisiones y acciones.
  2. Como producto de las decisiones de otras personas.
  3. Por situaciones que nadie puede explicar ni comprender.
Cualquiera que sea tu situación sabes que hay consuelo real en tu Creador. Si estás caminando por el valle de sombra de muerte, recuerda que tienes a alguien en el Cielo que realmente comprende tus lágrimas.

El mes pasado los padres de Akim viajaron a Rusia a sepultar a su hijo y no hay dudas de que siguen sintiendo la partida de su amado hijo. Pero se consuelan con la esperanza de la resurrección. Al final de la primera Semana Santa, nuestro Señor venció la muerte y esa victoria sobre la muerte constituye la garantía de la resurrección de los que mueren con su esperanza puesta en Jesús. Pero la Semana Santa también nos invita a recordar el sufrimiento experimentado por nuestro Señor Jesucristo.

Te invito a aprovechar este semana para meditar en el sufrimiento de nuestro Redentor. Lee los últimos capítulos de los Evangelios. También puedes aprovechar los capítulos finales del libro el Deseado de Todas las Gentes. Obtendrás dos beneficios al reflexionar en la pasión de Cristo: te darás cuenta de cuán grande es tu valor ante los ojos del Señor y encontrarás un consuelo fresco al recordar que el Salvador adquirió las credenciales del dolor para comprender la prueba por la que estás (o estarás) pasando.

Dios te de bendiga,

Aneury Vargas, Silang, Cavite, Filipinas.

Comments

  1. Sin desperdicio... Dios lo bendiga Pr. Permita Dios que nuestros sufrimientos sean redentores para nosotros mismos y los demás...

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