FLORES, SONRISAS E HIPOCRESÍA
En la víspera del 14 de febrero, Día del Amor, el ambiente en nuestro hogar no estaba muy romántico. Durante esa semana mi esposa y yo habíamos tenido un desacuerdo que trajo más tensión de lo que ambos esperábamos. Un día antes del Día de San Valentín estaba haciendo las compras del fin de semana. En el centro comercial donde me encontraba había una fila larga de hombres comprando flores para sus parejas.
En ese momento me acordé de cómo siempre le compraba flores o algún regalo a mi Morena cuando éramos novios. Pensé en comprarle un pequeño arreglo floral, pero no me salía de adentro. No me sentía bien por lo que había pasado durante la semana ¿Debía comprar las flores de todos modos y actuar como «hipócrita»? ¿O debía ser «sincero» y regalarle las flores en otro día que me saliera del corazón?
En esta ocasión quisiera reflexionar sobre el concepto de hipocresía como se lo define popularmente. La «hipocresía» —he escuchado desde niño— consiste en hacer y decir cosas que uno no siente, que no le salen del corazón. Lo opuesto es la «sinceridad» que caracteriza a las personas que solo hacen lo que sienten y cuando lo sienten. A diferencia de los «hipócritas», la gente «sincera» no temen decirle a la gente la verdad en la cara ya que «no tienen pelos en la lengua». Los «sinceros» se jactan de no ser «hipócritas» y solo sonríen, saludan, ayudan, perdonan y «aman» cuando tienen el deseo de hacerlo, cuando les sale de adentro.
Este es el concepto de «sinceridad» e «hipocresía» que tuve durante años hasta que le entregué mi vida a Jesucristo. Cuando comencé a estudiar las Escrituras, me encontré con algunas declaraciones que me dejaron perplejo. No sabía cómo podría conciliar mi concepto de sinceridad con algunos mandatos bíblicos. Estos son algunos ejemplos:
«Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo. Él hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos. Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán? ¿Acaso no hacen eso hasta los recaudadores de impuestos? Y si saludan a sus hermanos solamente, ¿qué de más hacen ustedes? ¿Acaso no hacen esto hasta los gentiles? Por tanto, sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto»
(Mateo 5:43-48).
(Mateo 5:43-48).
«Sopórtense unos a otros, y perdónense si alguno tiene una queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes»
(Colosenses 3:13).
(Colosenses 3:13).
«No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto. Al contrario, devuelvan bendición, pues Dios los ha llamado a recibir bendición»
(1 Pedro 3:9).
¿Es posible y realista que alguien pueda de manera «sincera» amar a los enemigos, perdonar a quienes les han ofendido, y bendecir a los que les han infligido daño? Sabemos que el Espíritu Santo tiene el poder de cambiar nuestra mente y nuestro corazón, pero ese proceso —al que los teólogos llaman «santificación»—no es una experiencia instantánea. Entonces pregunto otra vez, ¿Qué debo hacer cuando Cristo me llama a perdonar, amar y tratar bien a mi prójimo si esto no me sale del corazón? (1 Pedro 3:9).
Pareciera que el Señor espera que practiquemos las virtudes del amor, el perdón y la bondad independientemente de cómo nos sintamos, aun si algunos nos tildan de «hipócritas». Pero ¿acaso no llevamos a cabo muchos actos de «hipocresía» en otras esferas de la vida? Llevar a cabo una dieta, un programa de ejercicios, una investigación académica, un sacrificio por un amigo o un familiar, completar una tarea que no es agradable, pero necesaria en general no es algo que nos sale del corazón.
Por otro lado, las virtudes del dominio propio y la disciplina implican realizar actos y obras que tampoco «nos salen de adentro», pero que necesitamos hacer para nuestro propio bien o el bien de otros. Estas virtudes también conllevan abstenerse de pensar, decir y hacer cosas que nuestra naturaleza pecaminosa nos incita a hacer, pero que ofenderían a nuestro Creador y dañarían a otras personas.
Es mi opinión que muchas de las personas «sinceras» pasan por la vida amargadas y amargándoles la vida a los demás son su «sinceridad». Como confunden la verdadera sinceridad con la insensatez y la necedad, toman decisiones y pronuncian palabras que hieren y dañan a los demás ¿Con qué resultado? Pierden el empleo, dañan su matrimonio o alejan a los pocos amigos verdaderos que les quedan. Como su «sinceridad» nos les permite ni pedir ni ofrecer perdón no llegan a disfrutar de relaciones genuinas y duraderas. La hipocresía que debemos condenar es la que tiene por propósito dañar y engañar a otros.
El 14 de febrero mi esposa recibió flores de mi parte. Algunos de los «sinceros» dirán que el mío fue un acto de «hipocresía», pero te cuento que después de haber hecho algo que en realidad no tenía ganas de hacer, los sentimientos de cariño llegaron. Mi «hipocresía» nos permitió disfrutar de un ambiente de amor y reconciliación. Aunque también hay emociones cálidas involucradas, el amor como lo presenta la Biblia es un principio, una decisión diaria que no depende del estado de ánimo.
No permitas que la «sinceridad» te impida pronunciar esas palabras de elogio y agradecimiento, realizar esos actos de servicio y dar esas expresiones de cariño hacia a aquellos que lo merecen y lo necesitan. Si actúas por principio más que por sentimientos te darás cuenta de que serás más feliz y también lo serán quienes te rodean. También descubrirás que con mucha frecuencia después que hayas decidido actuar bien, los sentimientos de alegría y satisfacción aparecerán, pero solo después. Te dejo con las oportunas palabras de la célebre poetisa chilena Gabriela Mistral quien escribió hace más de medio siglo:
«Donde haya un árbol que plantar, plántalo tú.
Donde haya un error que enmendar, enmiéndalo tú.
Donde haya un esfuerzo que todos esquivan, hazlo tú.
Sé tú el que aparta la piedra del camino».
Aneury Vargas,
Silang, Cavite, Filipinas
8 de marzo de 2015
Muy acerctado su comentario, Dios le bendiga \^o^/.
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