APAGONES EN EL ALMA

APAGONES EN EL ALMA

La noticia de la muerte de Robin Williams sorprendió el año pasado. Todo parece indicar que se trató de un suicidio. Muchos se preguntan cómo es que un actor y comediante que hizo reír a tantos pudo terminar su vida de esa manera. Hace poco más de dos años escribí una reflexión titulada "APAGONES EN EL ALMA" que considero oportuna en este momento. La comparto con ustedes tal y como la envié a mis contactos del correo electrónico en abril del 2012. Es un poco larga, pero creo que vale la pena leerla:

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Hola, queridos amigos y amigas, 

Como les conté en alguna ocasión anterior, en Egipto no se va la luz. Un día tratando de explicarle a un joven egipcio que estudiaba español la situación energética de RD decidí consultar el único diccionario en español al que tenía acceso, con el fin de encontrar una palabra adecuada que describiera el pan diario de los dominicanos cuando “se ba la lu”. Pues les cuento que encontré una palabra conocida con una definición “incorrecta”. El Gran Diccionario de la Lengua Española Larousse dice: “Apagón: Interrupción pasajera y accidental del alumbrado eléctrico”. Parece que al lexicólogo que le tocó definir esta palabra en el diccionario ya mencionado no se ha dado la vuelta por Quisqueya la bella, y si lo ha hecho, tal vez se ha hospedado en algún lujoso resort de Playa Dorada, Samaná o Bávaro y no sabe que para nosotros los dominicanos, los apagones no son ni pasajeros ni accidentales. 

En algunos sectores de nuestro país lo único que es accidental y pasajero son los momentos en que hay luz (entiéndanse, energía eléctrica). La situación es tal que, a diferencia de lo ocurrido en los años de mi niñez, a ninguno de los candidatos políticos ya ni se les ocurre prometer que si ganan las lecciones el problema energético va a ser resuelto. 

Bueno, he tenido la dicha de viajar por varios países e incluso de vivir en algunos de ellos: Jamaica, Perú, Estados Unidos, Ecuador, Chile, Costa Rica, Egipto, Grecia y veía cómo la gente lo pasaba de lo más bien sin esas interrupciones “pasajeras” y “accidentales” de la energía eléctrica, pero los últimos dos países que he visitado me ayudaron a descubrir que los dominicanos no estamos solos en el universo, como yo pensaba: los habitantes del Líbano y también de Venezuela, donde me encuentro al momento de escribir estas palabras, también comprenden lo que se siente cuando “se ba la lu”. 

Bueno, al Líbano se lo perdonamos porque con su larga guerra civil y con los varios conflictos que han tenido con sus vecinos israelíes, uno entendería que necesitan un poco más de tiempo para reconstruir su infraestructura, pero mi gran sorpresa ha sido vivir apagones diarios en Venezuela, un país que vende, regala y hasta presta petróleo. Pero bueno ese es otro tema. 

En realidad todas estas palabras son una excusa para introducir un tema MUY serio y delicado, al que yo he querido llamarle, aprovechando la analogía, “apagones en el alma”. Los “apagones en el alma” son esos momentos de oscuridad emocional por los que la mayoría de los terrícolas pasan por lo menos una vez en la vida; momentos en los que sentimos que la vida no tiene sabor ni sentido y en los que uno duda seriamente si hay algún propósito válido para seguir viviendo. Los diccionarios usan un término más común para referirse a estas crisis: “depresión”. 

En esta reflexión quisiera compartir algunas ideas de lo que podríamos hacer para ayudar a algún ser querido que atraviesa por una situación de este tipo, y cómo podríamos actuar cuando nosotros mismos estamos conscientes de que ha habido un apagón en nuestra alma. No obstante, debemos apresurarnos a establecer la diferencia entre una tristeza pasajera y la depresión. Para ello nos auxiliaremos de la diferenciación adecuada que hace Pablo Hoff:

“Es de extrañarse que mucha gente no distinga entre la depresión y la infelicidad pasajera. Esta es provocada en gran parte por circunstancias adversas, pero la persona no pierde su perspectiva ni la esperanza, y puede funcionar normalmente. En cambio, la depresión afecta la disposición entera de la persona, determinando cómo se ve a sí misma, a sus circunstancias y a los demás. La persona deprimida tiene un concepto pesimista de la vida; le parece que todo es gris o negro.” (Pablo Hoff, El Pastor como Consejero, p. 165).

Para continuar aprovechando nuestra analogía, digamos que el desánimo o tristeza pasajera se asemeja a las “interrupciones pasajeras y accidentales del alumbrado eléctrico” que ocurren en algunos países; situaciones estas que son resueltas con relativa rapidez y facilidad. La depresión, por su lado, sería uno de los apagones prolongados y desagradables que ocurren en la República Dominicana. 
La segunda noche que estuve en Venezuela la pasé en oscuridad. Estaba participando en una serie de reuniones en las instalaciones de la Universidad Adventista de Venezuela en Nirgua, al norte del país. Al final del día nos llevaban a un pequeño hotel, muy cómodo y acogedor, pero que tenía un solo pequeñito defecto: No tenía planta (para mis contactos no dominicanos, entiéndase, no había generador de electricidad de emergencia). Un empleado me guió a la habitación con una linterna, pero una vez dentro no veía nada. No podía ver la cama, la maleta, el baño, la mesita. No es que estas cosas hubieran desaparecido, sino que la oscuridad me impedía percibirlas. 

Esto es exactamente lo que hace la depresión: nos incapacita para ver la belleza y el propósito de la vida, el afecto de nuestros seres queridos y nuestro valor como personas. La persona deprimida con frecuencia no logra discernir (o simplemente olvida) el amor incondicional de Dios. Es como si comenzara a ver todo en la vida con unos lentes oscuros. Cuando hay un apagón en el alma todo se ve lúgubre y no se logra divisar ninguna luz en el horizonte. Es como si la mente estuviera secuestrada por un hacker. En esos momentos, con frecuencia llegan pensamientos suicidas a la mente. El enemigo de las almas nos hace sentir que nuestra situación no tiene solución ni la tendrá y la persona termina creyendo que la única “salida” es poner fin a su vida. 

Aunque la mayoría de los deprimidos no se suicidan, lamentablemente hay un número importante de personas que sí lo hacen y este dato nos ayuda a entender la seriedad de este tema. Además del riesgo del suicidio, está el riesgo de que la persona deprimida, en su sensación de vacío, inicie hábitos nocivos para su salud física, mental y espiritual. Hay quienes comenzaron a consumir alcohol, drogas o tabaco precisamente en medio de una crisis emocional. Otros pasan un tiempo desmedido frente a la televisión o sumergidos en el internet, con frecuencia observando programas y páginas de contenido dañino para su mente. Todo esto, lejos de traer luz al alma, hace más densa su oscuridad. 

A estas alturas me imagino que algunos se estarán preguntando ¿qué podemos hacer frente a un problema tan delicado como este? Antes de intentar responder esta pregunta, quisiera advertir que este no es un artículo profesional sobre el tema y cualquier interesado en comprenderlo mejor debe consultar a un profesional del área o leer literatura más especializada. Lo que escribo es más una reflexión personal que, espero, pueda servir de orientación a algunos. Es mi propósito deliberado también, alarmar al lector y hacerle reaccionar frente un problema que aunque es muy común, es poco comprendido. A algunos nos tocará estar cerca de un familiar o amigo con un “apagón en alma” y otros tendrán, estarán teniendo o ya han pasado por una de estas experiencias. 
Yo he estado en ambos lados de la cerca y puedo decirles que es una experiencia muy delicada, pero no sin solución.

Hay algunos mitos sobre la depresión que son comunes entre los que somos creyentes. Uno de ellos es la creencia (infundada) de que los cristianos genuinos, los que están consagrados a Dios, no se deprimen. Otro mito igualmente peligroso es creer que buscar ayuda profesional en caso de depresión es sinónimo de desconfianza en el poder de Dios. En ese mismo orden, están los que sostienen que la oración sola es suficiente, que no necesitamos nada más. Otro mito MUY peligroso es la idea de que la depresión es sólo cosa de adultos. 

Bueno, como ustedes recordarán, además de maestro aficionado y de pichón de escritor, yo soy pastor. Así que creo firmemente en el poder de Dios para resolver de manera natural y sobrenatural (según su voluntad) cualquier problema humano. Por mi experiencia personal creo arraigadamente en la oración como un medio para comunicarnos con el Creador y de recibir ayuda y bendiciones de ÉL que de otro modo no recibiríamos. Pero como pastor también reconozco que la ignorancia es uno de los medios que utiliza el enemigo para esclavizarnos e impedirnos comprender todos los medios que tiene el Señor para obrar a favor de la gente. 

Uno de los medios más eficaces que Dios usa para iluminar el alma de quienes han sufrido un apagón emocional es justamente la presencia de un amigo que sirve de “inversor”, de fuente de luz provisional para aquellos envueltos en la oscuridad de la depresión. Un amigo amante, paciente, pasivo e informado puede hacer mucho para ayudar una persona deprimida; otra vez me es necesario hacer una aclaración para mis amigos no dominicanos. Cuando hablo de inversor no me refiero a los que invierten en Wall Street. Un inversor es una fuente alternativa y provisional de energía, es un aparato que las funciones de un UPS y que provee energía eléctrica mientras se reinstaura la energía proveniente de la compañía generadora. Vale decir que el inversor también obtiene su energía de la compañía generadora y la almacena en baterías para usarlas en momentos de oscuridad. 

Quienes pasan por momentos de depresión necesitan seres cercanos que le sirvan de “inversores” mientras restablece la energía “normal”. Claro, siempre recordando que no se debe crear una relación de dependencia emocional crónica ni mucho menos creer que esto sustituye el papel del profesional, si el problema persiste o se agrava. Con sabiduría, paciencia y tacto podemos, con la ayude del Señor, ayudar a nuestros amigos a salir del sendero oscuro y dirigirlos a un lugar más seguro donde pueda conseguir la ayuda que nosotros no podamos brindarle. 

Por motivos de espacio y escasez de tiempo (del tuyo y del mío) quisiera intentar ser más breve y conciso en esta última sección para referirme a las causas, los síntomas, el tratamiento y sobretodo la prevención de la depresión. 

Aunque todos los que están vivos son candidatos a sufrir un “apagón en el alma” en algún momento de sus vidas, las estadísticas revelan que hay algunas personas más proclives a deprimirse que otras. He aquí un listado no exhaustivo: los perfeccionistas, los que han perdido a algún ser muy querido, los que tienen profundos sentimientos de culpa, las mujeres recién paridas, los recién divorciados, las personas legalistas, los que tienen una autoestima muy baja, los que viven centrados en sí mismos, los adictos al alcohol o a las drogas, los que viven solos en una ciudad o país de otra cultura lejos de sus familiares. Paradójicamente, podrían formar parte de este grupo las personas que lucharon por mucho tiempo y con mucho esfuerzo por alcanzar alguna meta profesional o académica, cuya consecución no trajo las recompensas o la satisfacción esperadas. A esta lista se añaden algunas personas de temperamento melancólico y quienes carecen de un propósito definido en sus vidas. 

Algunos de los síntomas más comunes de la depresión son la pérdida de apetito o el comer en exceso; un marcado cambio en los hábitos de dormir (algunos duermen más de los regular mientras que otros sufren de insomnio), sentimientos de culpa e indignidad, la apatía, el desgano y la actitud de “no me importa”; descuido de la apariencia personal y desinterés en las actividades cotidianas tales como el trabajo, los estudios, las actividades recreativas. Algunas personas casadas deprimidas también pierden interés por las relaciones sexuales. Otros síntomas son el aislamiento de los amigos y familiares, la tristeza profunda y constante, desesperanza y dolencias físicas sin causa. 

La depresión debe ser vista como una enfermedad, como otras enfermedades comunes (gripe, enfermedades cardíacas, etc.). Pero el deprimido no debe ser tratado como un demente, porque no lo es. Sin embargo, dadas la seriedad y las implicaciones de este problema, es obligatoria la intervención de los profesionales de la salud mental (psiquiatras y psicólogos clínicos) en los casos de depresión grave. Una advertencia oportuna: las personas deprimidas no deben tomar ninguno tipo de decisiones importantes mientras dure “el apagón” pues la depresión distorsiona nuestra manera de percibir la realidad. De hecho, no debemos darle mucho crédito a nuestros pensamientos y emociones durante esos días, pues, como mencionamos más arriba, la mente está siendo manipulada por un “hacker maestro”. Así que no nos hagamos mucho caso y reconozcamos nuestra necesidad de ser ayudados. Los casos serios demandarán el uso de sicoterapia y de medicamentos. 

Quisiera concluir aplicando el adagio que dice que “más vale prevenir que curar”. Aunque algunas situaciones escapan totalmente de nuestro control, existen algunas formas de “vacunarnos” contra la depresión:

1. Reconocer cuánto valemos para nuestro Creador. Él nos hizo con un propósito especial y la muestra de que valemos mucho es el precio que Él pagó por nosotros: su sangre. Cuando tengamos sentimientos de inferioridad o cuando los demás intenten hacernos sentir sin valor, recordemos cuánto valemos para nuestro Padre. 

2. Si nos hemos arrepentido y hemos confesado nuestros pecados, nuestro Padre Celestial nos perdona por completo. Él lo ha prometido y por lo tanto no necesitamos albergar sentimientos de culpa.

3. Es muy útil hacer un inventario de todas las bendiciones que hemos recibido y repasar la manera como el Señor nos ha ayudado en el pasado. Esto nos ayudará a enfrentar con valor y con fe los desafíos del futuro. 

4. Las personas genuinamente altruistas son menos propensas a la depresión. Dediquemos parte de nuestros recursos, tiempo, talentos para servir a otras personas. A veces es necesario sacrificarse para ayudar a otros más necesitados. Si esperamos tener dinero, tiempo o deseos suficientes antes de ayudar a otros, nunca lo haremos. 

5. Cuidemos nuestra salud física y mental. Una alimentación balanceada, el descanso adecuado, el ejercicio regular y una actitud mental positiva son vacunas eficaces contra males físicos y emocionales.

6. Aprendamos a descansar en el Señor, a confiarle nuestras cargas y a descansar en ÉL. El Apóstol Pedro nos recomienda: “Echad sobre él toda vuestra ansiedad, porque él tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). 

7. Recordemos la oración atribuida a Francisco de Asís: “Señor, dame valor para cambiar las cosas que puedo cambiar, serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, y sabiduría para reconocer la diferencia”

Y la próxima vez que sientas que está a punto de haber un apagón en tu alma recuerda las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).

Aneury Vargas

Abril 2012
Nirgua, Venezuela
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