COMO UNA CAMISA PRESTADA
COMO UNA CAMISA PRESTADA
Conocí a Josías en el verano de 2007 cuando yo estaba de preceptor en el
Hogar de Varones (internado) de la UNAD. Él formaba parte del primer grupo de
estudiantes “industriales” que conocí. Como la mayoría, llegó medio tímido y
serio, pero muy pronto todos descubrimos al verdadero Josías. Una persona
alegre que animaba la vida a los demás. Josías era respetuoso y trabajador.
Nunca tuve que llamarle la atención. Nos hicimos más amigos cuando descubrimos
un hobby en común: comunicarnos como sordo-mudos. La gente se reía cuando nos
veía hacerlo, y nosotros también.
He pensado mucho en Josías durante los pocos días. Todavía lucho por
creer que hace menos de una semana que partió. Me he descubierto pensando en él
en medio de las clases varias veces. Mi corazón está triste. Me imagino el
dolor profundo que sus familiares y amigos más cercanos estarán experimentando
en estos momentos.
La vida está compuesta de etapas que son como las escalas de un viaje.
Nadie sabe cuánto durará su viaje ni cuántas escalas le tocará hacer. Nuestra
existencia inicia con la etapa prenatal. Es decir, el viaje inicia realmente
antes del nacimiento. Luego pasaremos por la infancia, la niñez, la pubertad,
la adolescencia, la juventud, la adultez y la vejez. La muerte pareciera ser el
final del viaje, el destino final.
Pero un día el Diseñador, Creador y Sustentador del Universo hizo algo
insólito. Algo que los teólogos y filósofos han debatido por siglos sin lograr
comprenderlo. La historia nunca ha visto a un pintor convertirse en un imagen
dentro de su propia pintura o a un arquitecto convertirse en parte de su propio
edificio. Sería imposible para un músico convertirse en una nota dentro de su
propia composición. Como los seres humanos, inevitablemente, tratamos de
entender los conceptos nuevos a partir de conceptos que ya comprendemos, el
tema de la Encarnación no termina de maravillarnos. No hay nada a lo que
podamos compararlo.
Dios se introdujo dentro de los límites del tiempo y el espacio que Él
mismo había creado. Se convirtió primero en un embrión y luego en un bebé
inocente. Dios se hizo como uno de nosotros. Vivió nuestra vida. Sufrió
nuestros sufrimientos. Lloró nuestras lágrimas. Murió nuestra muerte. Él
comprende nuestro dolor. Una de las estrofas de mi himno favorito (¿Le
importará a Jesús?) dice en forma de pregunta:
¿Le importará cuando diga “adiós”
al amigo más caro y fiel,
y mi corazón lleno de aflicción
haya de apurar la hiel?
El coro del himno responde la pregunta con unas palabras cargadas de
consuelo y esperanza:
Le importa, sí;
su corazón comparte ya mi dolor.
Sí, mis días tristes, mis noches negras
le importan al Señor.
Nací y crecí en un ambiente pobre. Cuando era adolescente tenía muy poca
ropa. Había un amigo en el barrio que era Testigo de Jehová y tenía muchas
camisas y corbatas. Había una de sus camisas en particular que me gustaba mucho
y él me la prestaba cada vez que yo se la pedía. La camisa me quedaba bien y cada
vez que alguien me elogiaba quería sentir orgullo, pero luego me acordaba que
la camisa era prestada y que, en todo caso, los elogios habría que dárselos al
dueño de la camisa.
La vida es como una camisa prestada. Cuando nos sintamos demasiado
grandes e importantes; cuando tengamos la tentación de considerarnos superiores
a otros; cuando los aplausos y los elogios nos han embriagan de orgullo, es
momento de recordar que la camisa es prestada. La vida, los talentos, los
dones, las oportunidades y las bendiciones que hemos recibido, nos han sido
dados en calidad de préstamo.
Toda la gloria debe ser dirigida al Dador de la Vida. Debemos vivir para
agradar al Dueño de la camisa. No sabemos en qué momento nos tocará devolverla.
A algunos les tocará partir más temprano que a otros, pero para nosotros
sabemos que la muerte es un sueño pasajero. El secreto está en entregarnos por
completo y sin reservas a nuestro Creador. El discípulo amado nos da la clave
para vivir sin temor:
«EL QUE TIENE AL HIJO, TIENE LA VIDA; EL QUE NO TIENE AL HIJO DE DIOS NO
TIENE LA VIDA» (1 Juan 5:12).
Concluyo retomando una idea inconclusa. Nuestro Señor no solo vivió
nuestra vida, lloró nuestras lágrimas y experimentó nuestra muerte. Tres días
después de su sepultura, se levantó victorioso de la tumba para ilustrar las
palabras que había pronunciado antes:
«YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA EL QUE CREE EN MÍ, AUNQUE ESTÉ MUERTO
VIVIRÁ» (Juan 11:25).
De modo que la muerte no es el final del viaje. Es solo la penúltima
escala antes de llegar al destino final. Por eso no le decimos “adiós” a
Josías. La ausencia de su sonrisa y su amistad nos entristece, pero solo le
decimos “hasta luego”, porque un día nuestro Señor irrumpirá otra vez en
nuestro mundo, ya no como un bebé indefenso, sino como un Rey Victorioso y
entonces cantaremos con el profeta Isaías:
«¡HE AQUÍ, ÉSTE ES NUESTRO DIOS!
LE HEMOS ESPERADO, Y NOS SALVARÁ.
¡ÉSTE ES JEHOVÁ, A QUIEN HEMOS ESPERADO!
NOS GOZAREMOS Y NOS ALEGRAREMOS EN SU SALVACIÓN.» (Isaías 25:9).
LE HEMOS ESPERADO, Y NOS SALVARÁ.
¡ÉSTE ES JEHOVÁ, A QUIEN HEMOS ESPERADO!
NOS GOZAREMOS Y NOS ALEGRAREMOS EN SU SALVACIÓN.» (Isaías 25:9).
Ese día nos encontraremos con Josías otra vez. Yo quiero estar en el
Reino cuando Cristo venga ¿Y tú?
Aneury Vargas,
Cavite, Filipinas
24 septiembre 2014
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