SI PILATO NO LO ENCONTRÓ, TÚ TAMPOCO LO ENCONTRARÁS
Hace dos mil años, en una semana
como esta, Poncio Pilato se formuló
esta pregunta “¿Qué haré con Jesús llamado el Cristo?” (Mateo 27:22). Pilato sólo tenía dos opciones. Quería liberar a Jesús convencido de que era
totalmente inocente, pero el pueblo que
gobernaba quería la crucifixión inmediata de Jesús. El gobernador romano intentó encontrar un
punto intermedio. Quería complacer al
pueblo, y al mismo tiempo quería tener la conciencia tranquila. Así que decidió azotar a Jesús (aunque él mismo había
repetido varias veces a los dirigentes judíos que el acusado era inocente),
Jesús fue golpeado, escupido y coronado con puntiagudas espinas que se
introdujeron en su cabeza. Los soldados
se burlaron de él, sus discípulos lo abandonaron y uno de sus amigos más
cercanos negó con juramentos y maldiciones que le conocía.
A pesar de que Pilato le hubiera gustado tener una tercera
opción, un punto intermedio, tal opción no existía. Los judíos querían a un Jesús muerto no un
Jesús sufriente. Pilato seguía con dos
opciones únicamente: liberar al inocente o crucificarlo. Pilato intentó calmar su conciencia
lavándose las manos, pero ese primer Viernes Santo cuando él autorizó la crucifixión
del Señor sus acciones fueron registradas en los libros de los cielos y su
récord quedó manchado para siempre.
Y hoy, dos mil años después, nosotros también
necesitamos responder a la misma pregunta que formuló Pilato: “¿Qué haré con Jesús?” Al igual que en la primera Semana Santa, hoy
también existen solo dos opciones en el menú. Podemos hacer cualquier cosa con
este hombre, pero ciertamente no podemos ignorarlo ni pretender que nunca
existió.
Millones de personas en Occidente
andan buscando una tercera opción, un punto neutral con respecto a Jesucristo. Saben que no pueden negar su existencia como
personaje histórico, pero tampoco quieren seguirlo ni someterse a él. Algunos intentan desacreditar al Jesús del
Nuevo Testamento, porque reconocen que si el Jesús de los Evangelios es el
verdadero, entonces tendrían que someterse a Él. Muchos de los partidarios de la Nueva Era o
de los “pensadores libres” con mentalidad secular y postmodernista están
dispuestos a aceptar a Jesús como un maestro iluminado (al estilo de Buda),
como un gran filósofo (al estilo de Confucio) o como un gran reformador
social. Otros, sobre todo en Medio
Oriente, están dispuestos a recibir a Jesús como un gran profeta (al estilo de
Mahoma o Moisés). Pero Jesús no cabe en ninguna de esas categorías.
¿Qué pensarías de un profeta,
filósofo o maestro que se atreva a decir: Yo Soy la Vida, Yo Soy la
Verdad, Yo Soy el Único Camino hacia el Padre, Yo Soy la Resurrección, Yo Soy
el Pan de Vida, el Padre y Yo Somos Uno? En mi opinión, una persona que se atreva a
expresar tales pretensiones o es un lunático o es lo que dice ser. No
hay punto medio. Quienes escribieron el
Nuevo Testamento eran testigos presenciales de las cosas que Jesús hizo y dijo,
por lo tanto necesitamos tomar una decisión con este Jesús de Nazaret.
Hay sólo hay dos alternativas: (1) lo rechazamos absolutamente
por ser un mentiroso, engañador, lunático
(2) ó lo aceptamos como lo que Él pretendió ser: el Salvador y Señor del
Mundo. No podemos solamente admirar o
elogiar a Jesús. Necesitamos adorarlo, obedecerlo, imitarlo, someter nuestras vidas
a Él, aceptarlo como nuestro Salvador y Señor. Él mismo dijo: El que
no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama (Mateo
12:30)
Hace dos mil años el Señor y Salvador del mundo derramó su sangre para redimirnos. Nuestro valor como personas no depende de lo
que sabemos, tenemos o hacemos, sino de lo que ÉL hizo por nosotros, del valor
que su sacrificio nos atribuye. El
Apóstol Pedro lo dijo en mejores palabras: Tened
presente que habéis sido rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual
heredasteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles como oro o
plata, sino con la sangre preciosa de
Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación (1 Pedro
1:18-19).
Ahora que estamos en plena Semana
Santa, te pregunto una vez: ¿qué harás con Jesús? Yo he decidido seguirlo, obedecerlo,
someterme a Él y aceptar la salvación gratuita que Él compró para mí en la
primera semana santa. Y tú ¿qué harás?
Quisiera dejar contigo los versos
del anónimo Soneto al Cristo Crucificado, esperando que sus sublimes
palabras te muevan a rendirte por completo al Salvador y a apropiarte por medio
de la fe del don gratuito de la salvación:
No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
¡Tú me mueves, Señor! Muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido;
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme en fin, tu amor, y en tal manera
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Pilato no encontró un punto intermedio entre rechazar
a Cristo totalmente y aceptarlo totalmente. Tú tampoco encontrarás ese punto
intermedio porque no existe. Espero, al pensar en el gran
sacrificio del Salvador en tu favor, tu corazón sea enternecido y le des
entrada completa en tu corazón.
Aneury Vargas,
Silang, Cavite, Filipinas
29 de marzo de 2018
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